viernes, julio 17, 2009

Hojalata en el mar.

Si tuviera que definir mi vida ahora mismo lo haría comparándome con un vaso de hojalata en medio del inmenso mar. Soy ese vaso de hojalata flotando en medio de ese mar salado y cuanto más tiempo resido en el mar y más lo recorro, más me oxido. El mar va dejando mella en mi piel de lata férrica, me debilita, agrieta y corroe con el tiempo. Sin embargo, no puedo hacer nada para salir de él, puesto que el aire que sopla me empuja. Tan solo puedo esperar a que llegue el día en que el óxido me acabe destrozando, separando y desestructurando hasta romperme y hundirme.
Yo soy ese vaso y la vida es el mar, un mar muy salado. Y la vida es como la propia sal: en pocas cantidades tiene su punto, pero en exceso es mala para la salud. Cada gota, cada molécula, cada átomo de ese mar es un evento en mi vida. Algunos me oxidan, otros no, pero permanecer flotando me está matando.
Y por último está esa agradable y leve brisa que sopla rozando el mar y que me arrastra. Qué suave es el respirar del cielo cuando se lleva mis lágrimas a la lejanía. Este agradable soplo de aire me ayuda a seguir buscando la arena del reposo dónde poder descansar la brevedad de mis días.
El dolor de la soledad, la angustia de no saber sonreír, la agonía por ser feliz, el sufrir tan solo por poder respirar aire limpio, todo eso es sólo óxido en mi piel.
Alguien dejó esa lata en medio del mar y se fue, yo no escogí esto, no decidí vivir esta vida.
Dudo que el mismo cielo sepa que su preciada brisa de aire fresco me ayuda a seguir flotando.
Entonces, ¿Dejareis algún día de soplar?

Hugo.

2 comentarios:

Laura dijo...

en el fondo todo el mundo está sólo y eso es la cruda realidad..no hay nada ni nadie para siempre.y aunque duela, y aunque dentro nuestro" el vagaje de personas" vaya acumulándose..la vida es una sucesión de cosas donde la gente no quiere quitarse el disfraz para salir de su casa. Gente que se oculta pk quiere que alguien los aprecie lo bastante para buscarlos.Pero pase lo que pase... siempre,,,pon la cara donde creas que sopla la brisa...y deja que acaricie tu cara. Tu prima que te quiere.

Anónimo dijo...

Todos hemos tenido alguna vez la sensación que nuestra vida es como un barco a la deriva. El mar, como la vida, puede ser maravilloso pero también un lugar muy hostil, ante el que nos sentimos indefensos, con un trayecto imposible, sin destino, sin fuerzas para seguir navegando. La deriva se convierte así en un refugio cálido, donde nada más hay que dejarse llevar por la corriente y esperar el auxilio. Pero no son ni la sal ni el agua lo que oxida el barco sino el dejarse llevar por la deriva, la renuncia a navegar, porque la resignación es un suicidio cotidiano. Los barcos tienen, como las personas, recursos y limitaciones a la hora de navegar por el vasto mar. No está en nuestras manos elegir si el mar estará en calma, o si en el cielo brillará el sol. Pero sí lo es elegir si flotamos a la deriva de nuestras limitaciones, o navegamos con el empuje de nuestros recursos.
Quizás tenemos miedo de desplegar las velas, de no saber si el rumbo será el bueno, de no poder controlar el timón. Hasta que finalmente nos demos cuenta que la mejor manera de seguir un buen rumbo es inventarlo a cada instante, tomar el mando de la nave para lo bueno y para lo malo, porque “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos (Proust)”.
Albert.